lunes, 10 de agosto de 2009

LA LLAMADA

LA LLAMADA
Ese amigo íntimo del que gozamos durante toda la vida lo tengo aherrojado, con telefonitis aguda. Me explico: está, mañana tarde y noche, pegadito al teléfono de su domicilio esperando una llamada. Nada más y nada menos que aquella anunciando su cita con el cirujano que le ha de arreglar una nadería en los ojos, en un plis plas que le dicen durará. Ha superado las pruebas preoperatorias, ha inquirido en oficinas “arnaunianas”,en ventanillas, en amigos que están dentro de la cosa y la respuesta es unánime: ”usted haga su vida”. Así de claro y conciso. Y naturaca, no puede hacer su vida porque le gusta escaparse al Pirineo unos días, perderse en cualquier valle angosto donde no haya cobertura, desconectarse del ajetreo diario aunque esté adormecido en este caluroso agosto. Lleva así desde últimos de julio, y lo que es peor me tiene sin vivir en mí porque me ha hecho partícipe de su angustia, de su desazón, de su malestar. Me confiesa que le queda el recurso de pedir audiencia al baranda de guardia a ver si él desde su poltrona desentraña el enigma y le facilita una fecha aproximada. Pero es tímido y no da ese paso final que le saque de la duda existencialista para conocer una fecha concreta. “Me conformo en saber en qué semana del año me dejaran como nuevo”. Porque, eso sí, confía plenamente en la profesionalidad de los cirujanos de la Residencia, en la eficiencia de su labor, en la exquisita colaboración de todo el personal sanitario. A estas alturas del ferragosto, lo malo es que su estado de ánimo lo ha contagiado y así estoy un mucho conviviendo con él la espera de la ansiada llamada, hasta el punto que suena el timbre del teléfono de mi casa que en vez del clásico ¿diga?, pregunto si es del servicio de oftalmología dando la fecha para mi alter ego. Tanto a él como a mí, por contagio claro, nos queda la duda del motivo real para no definir ese dato, que no pide sea exacta pero sí aproximada, a ver si tiene días, semanas o quizás meses en espera hasta poder acercarse sin molestias al teclado de su eMac sin etapas, “in ictus óculi”, o sea escribir y leer “to seguío” y sin necesidad de arrugar el entrecejo que parece palia su dolencia. Sólo “cosas de la burocracia con ere” es la justificación que encontramos al silencio.

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