domingo, 19 de abril de 2009

el pianista

Alguna vez asoma a través de mi pluma la chacha Adela, marteña de nacencia y contadora de historia reales según ella. Como entonces, como siempre, alguna de ellas revive en este duermevela que me da la comida familiar, incluido el cava que, lo confieso, me parte el hígado en mil pedazos. pero a lo que iba. La chacha Adela en uno de mis viajes para recargar baterías nos refirió la pequeña historia del sobrino de un primo suyo o algo así, nacido en Jamilena pero con ínfulas musicales. Sin duda alentado por su madre, que se educó en colegio de monjas donde acrecentó aires de grandeza. Cosas de la época. Total, que el sobrinito quiso ser músico, que empezó la carrera en el Conservatorio de Córdoba y que allá por los años cuarenta , según la chacha Adela iba hacia Munich para completar sus estudios gracias a una beca que consiguió en el F.de J. a través de Elola-Olaso. La cosa, seguía contando la marteña minuciosamente , se le complicó al mozo por la cosa de la guerra mundial recien acabada perdiendo el oremus y el norte. Relacioné el cuento con un grupo que vívía en Madrid dentro de una teórica imitación del existencialismo francés que se conocía de oídas y de imaginaciones desbordadas. En ese grupo apareció el jamileno con ínfulas de pianista de renombre, perseguido por nazis y por fuerzas ocupantes de Alemania, todo un libro de cuentos, mayor que el de la chacha Adela. Pero sí es cierto, y doy fé, que se relacionaba con músicos de la Filarmónica y la recien creada Orquesta nacional que encumbró el malogrado Ataulfo Argenta, porque asistía de oyente a tertulia vespertina en una céntrica cafetería. Lo único real que le recuerdo y eso nebulosamente, es tocar en un piano desafinado que Tomás había colocado en las cuevas de Sésamo, casi enfrente del teatro de la Comedia de Madrid. Y retomo la historia de la chacha Adela: El jerifalte de turno del pueblo quiso recaudar fondos para no se qué institución benéfica organizando un concierto en el cine de Trepaltares y de paso hacer méritos a ver si el Poncio provincial le concedía la medalla de Beneficiencia que adornara su guerrera oficial de alcalde. El pianista se sintió divo ofendido, (“hasta ahí podría llegar tocando en un cine de pueblo!”” ), se montó en el correo y haciendo el consabido transbordo en Espeluy llegó hasta Martos, subió el Arbollón y le montó el cisco al asustado alcalde; aprovechó el viaje y de paso llegó hasta la casa de sus mayores en Jamilena, le dió a su madre el sablazo mensual de viva voz y no por carta y volvió a los madriles para seguir tocando, con nombre supuesto eso sí, en los bautizos y bodas del café San Isidro, amenizar tertulias en Sésamo y sablear a alguna niñera palurda que ligara en las matinales dominicales del Retiro, junto al templete de la música. Perdí su pista como tantas otras cuando “emigré” a Donosti, pero eso es otra historia

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