viernes, 6 de febrero de 2009

boda de tronío

En aquel tiempo yo andaba zasquileando por los madriles buscando
salida airosa a unas inquietudes mas o menos laborales. Y recibi aviso
de conferencia de mi tita Nati desde aquel mar de olivos que era
Martos. Aclaro que el aviso era para estar en un locutorio esperando
la llama telefónica, que por entonces era totalmente inusual este
medio de comunicacion. Coin la aprensión propia del caso esperé un par
de horas o así con la angustia en mis entretelas. Resumo la
conversaición: la chacha Adela estaba grave y quería verme. Así que
tomé el correo nocturno, hice el pertinente transbordo en Espelúy y en
Martos que me planté. No falsa alarma, que ya la enferma estaba fuera
de peligrto pero viaje precipitado lo aproveché para escuchar
historietas, veraces o no, que creo que sí. Y recuerdo una tal que
ayer:
“Por razones de herencia de mi marido que como sabes murió de una
indigestion de plomo en agosto del 36 pasé una temporada en Madrid en
casa de mi hermana-- empezaba la chacha Adela-- y como tenía tiempo
yo visitaba con frecuencia la iglesia de los Teatinos de la calle
Zaragoza donde me confesaba y donde poco a poco me integré en labores
de ayuda a personas necesitadas. Una de ellas tenía interés en
regularizar en la Iglesia un matrimonio realizado durante la guerra
civil en la capital y había que hacer muchas gestiones, pedir avales,
certificados y subir y bajar escaleras. ¿ Recuerdas tú lo de la
“oficina siniestra” que ahora sale en “la codorniz” todas las
semanas?. Pues eso pero con más cochambre. Algo así como las cosas de
la oficina del malvado Carabel que tan bien retrató Fernandez Flores.
Y la chacha Adela detallaba con cierta nostalgia aquellos días
suponiendo yo que con su caracter y su todavía buen ver alguna
coquetería puso en danza para conseguir papeles, certificados echando
abajo barreras burocráticas .Resumo el cuento y llego hasta casi al
final. Que se celebró boda íntima muy matinal por aquello de los
ahorros, que no hubo más que misa rápida sin ni siquiera desayuno en
el bar de la esquina de Francisco Silvela con Alcántara y que llega la
hora de firmar el acta matrimonial en la sacristía. Lo hace un amigo
del novio como testigo y el cura, que tenía prisa por terminar la
ceremonia pide otra firma. Se adelanta un hombre de mediana edad,
corbata bien anudada de todos los días un mucho cochambrosa y a la
pregunta del cura de su nombre grita con énfasis y voz gangosa quizás
por el añis matutino:
--¡¡Francisco Jorge de l’Hotellerie y Vallespí!!
Reacion rápida del oficiante:
--Que venga otro que se llame Pérez
Ante el estupor, terminó de contarnos la chacha Adela, nos fuimos y
hasta más ver. La pareja con sus dos retoños un poco creciditos y yo a
coger el Metro para desayunar con un pasante de la notaría y comer
churros en el pasadizo de San Ginés

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