lunes, 17 de diciembre de 2007

NAVITALE

NOCHEVIEJA
Enrique era amigo desde la niñez, primero como cabecilla de aquella
panda de chiquillos que robábamos allozas por las caserías del Camino
del Llano, mas tarde recitando versos ante las ventanas del Internado
Teresiano de la ciudad andaluza donde nacimos y luego en Madrid,
coincidiendo en tiempo y gustos más o menos literarios, que lo suyo
eran los estudios de Farmacia en espera de heredar la ídem de su padre
en pleno corazón ciudadano. Se le daba bien lo de ripiar y acercarse
a las chavalas del bar de Filosofía allá en la Universitaria pero, las
cosas del querer, en una escapada hacia el paraíso interior conoció a
una moza, morena, ojos verdes, cuerpo mas bien relleno y lo más
importante para él con un padre olivarero, que todo hay que decirlo.
Llegó una nochebuena, cumplió con deberes amorosos y volvió rápido a
los madriles por esos enfados nimios que se convierten en tragedia
cuando intervienen las madres. Y a dar el coñazo en la tertulia, a
llorar sus penas en público y a jurar y perjurar que todo acabó.
Por entonces, nos llegó el soplo de un fin de año en el chalet del
Alpino en Cotos, a pié del Peñalara y con chavalas aburridas en el
horizonte. Convencimos a Enrique para que fuese avanzadilla de una
expedición cansada del clásico guateque con tocadiscos y mama
vigilante, con uvas que se atragantaban y sidra el gaitero como
sustitutivo magnánimo del vino con gaseosa y rodajas de naranja
llamado "cap", que aún no sé como lo bebíamos Cosas de la edad y la
época.
Así que en vez de volver al paraíso interior a platicar con la moza
de ojos verdes y carnes prietas, Enrique se vino hasta la sierra,
primero e Navacerrada puerto que allí terminaba el funicular de
Cercedilla y luego, hala, esquiando por la carretera ya con la
anochecida poniendo miedos en las piernas, los cinco kilómetros hasta
el chalet donde nos esperaban.
Enrique, aún pasados años nos lo recuerda con un gozo picaresco en su
ya arrugado rostro y en esa rebotica pueblerina donde, ha tiempo
heredada, nos reúne un par de veces al año a los supervivientes de
aquel grupo pardillo, que tenía al Madrid de cuando entonces como
centro de liberación de voluntades paternales y coto-cazadero de
nórdicas perdidas en el Museo del Prado y chachas oliendo a zorruno en
los merenderos del extraradio. También eso sí, se procuraba pasar
curso , sin olvidar la acera de los pares de Serrano entre Goya y
Lista las mañanas dominicales cuando no llegaba el bolsillo ni para
un café en la cafetería California.
Bueno, en el chalet serrano del Alpino tuvimos jolgorio, cena cuasi
opípara, uvas, castos deseos de añonuevo, una copita de champan
francés obsequio de un padre con ganas de colocar al adefesio de su
hija y a la madrugada, tímido amago de intercambio de literas, previo
concierto sobre donde y con quienes. Sorpresas paternales, algún grito
que otro y la solución obligada o sea que nos echaron: Vestirse,
calzar los esquíes y vuelta hacia el puerto de Navacerrada, al
vestíbulo de la estación del funicular ,que la pensión del tío de los
Fernández Ochoa lleno total; en el albergue "Diego de Ordax" ni pensar
despertar a Aurelio García. y así, en el primer tren vuelta a los
madriles, con primeros de año sin una perra en el bolsillo, a oír las
excelencias del guateque que nos perdimos y lo bien que besaba y
acariciaba la dueña de la casa donde se celebró.
Y así ocurrió este navitale o así me lo parece.

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