Recuperado gracias a B.B.
SOÑANDO A MARTOS
Anoche soñé que volvía a Martos. Como en un pase de película a gran
velocidad; como en un caleidoscopio único fueron desfilando por mi
mente calenturienta, ³por los tenebrosos rincones del cerebro,
acurrucados y desnudos² hechos y recuerdos, nítidas figuras de
personas que ya no están entre nosotros, familiares, esquinas y
rincones, callejuelas empedradas donde resonaban los cascos de las
mulas que van y vuelven del campo, luces macilentas y calles
empinadas. Sobre todo calles terribles de subir para un niño de pocos
años, que hasta esa época me llevó la pesadilla.
¿Pesadilla?. No, quizás no, quizás nostalgia, añoranza. Y reviví
nítidamente el viaje desde Jaén en el coche ³el de Ureña²,
concesionario de la línea con su renqueante soplido y arrítmico
cantar de válvulas y taqués, bajando la cuesta del Regordillo,
carretera polvorienta y sin asfaltar. Un coche de varias puertas
laterales, con sus ³primeras y segundas clases², baca llena de
cestas y fardos que hacía escalas en Torredelcampo y Torredonjimeno
acabando su ruta una hora más tarde en la Plaza Nueva marteña entre
el cine de ³trepaltares² y la Fuente Nueva.
Y me angustiaba, reviviendo la realidad, subir el Arbollón casi a
rastras de la mano de mi abuelo Manolo y de María Sanpedro que llegó
a la casa como ama de cría y se quedó hasta su muerte años después de
la guerra, como un capitán con mando en plaza. Una María Sanpedro que
me aterrorizaba con la leyenda de los hermanos Carvajales despeñados
--y nunca mejor empleada la palabra-- dentro de una jaula de hierro
con picos hacia dentro. Ni siquiera mi tía Nati, mujer de armas tomar,
pudo con ella. De vez en cuando desaparecía y su vuelta -- casi
siempre con una cesta de tortas de manteca colorá-- era recibida con
gratitud desde mi abuelo hasta el entonces soltero mi
tío Antonio.
El sueño me llevó hasta la calle Almedina o ³la tranquera², a la
casa familiar donde se ubicaba la oficina de Telégrafos, con unos
balcones que daban enfrente de la iglesia de Santa Marta, pasando la
mirada sobre la fuentetaza de la Plaza y dejando a la derecha el
Ayuntamiento que fué cárcel en sus tiempos, con una portada
histórica. Era la casa, fué, una especie de calabozo para mí,
restringidas totalmente las salidas a la calle a no ser acompañado,
porque un niño de ocho años corría peligro. ¿peligro?. Por la calle
Hospital, por la calle Real o por San Amador, cerca del cuartel de la
Guardia Civil, el peligro podía ser el manso caballo que Don Rufino
el médico montaba para visitar enfermos, que Martos era agotador con
sus calles mirando al cielo. O la coincidencia , mañana de ida, de
tarde la vuelta, con un rebaño de cabras que iban hacia la mal
llamada carretera de Las Casillas, dejando sus redondas bolitas
³aromáticas² por las calles con la visión entonces inexplicable de
alguna recién parida que aún arrastraba la placenta de ese parto que
ocurría en el campo. Y el macho con delantal para evitar cópulas no
deseadas por el amo, evitando gestaciones inoportunas. Y sin tráfago
rodado.
Y el sueño, ¡faltaría más! tenía olores. El incisivo olor del
alpechín corriendo por el arroyo central de la calle desde el molino
que estaba hacia la Peña y que buscaba la jamila, ese pozuelo donde
algún pobre incluso castraba un poco de aceite. Era el Martos de la
preguerra, con las novenas en la Virgen de la Villa, el espectáculo
de ópera flamenca el verano, con Ramón Montoya a la guitarra, Pepe
Marchena y la Niña de los Peines. Me contaba, revivían en el sueño
las conversaciones-- me contaba mi abuelo después de recibir² el cese
vespertino² a través del morse desde la oficina central de
Telégrafos janenera-- que Martos era parada obligada para los
cantaores. María Sanpedro, que pese a sus años canturreaba alguna
que otra taranta pese a ser copla de Linares, ( que le vamos a hacer)
pedía permiso para llevarme a esa ópera flamenca que tanto se
comentaba en la casa y que fué semilla para aficiones muy postreras.
La ³Amistad² a un tiro de piedra, el café de la familia Rosa en la
esquina de la plaza, la farmacia de Vicente Montaña, el ³Llanete²,
la notaría de don Leopoldo Urquía, la casa de los Vico en la calle
Real con un pozo en el centro del patio, María de la O con su hijo
Juanito Contreras el amiguito impuesto por las familias en intento
fallido de combatir mi soledad y sobre todo las visitas. Que se
llevaba
a rajatabla el ³debemos visita² o ³nos deben visita² con la
parafernalia de los ochíos con el vaso de leche de cabra y el
chocolate como merienda obligada, el mantel de ganchillo, una mesa
camilla con sus correspondientes faldones, un brasero de herraj y el
temor anidado en mí por la posibilidad de erramar mi taza y la
consecuente regañina con el pellizco de monja de mi tía Nati. Que
cuando me dejaban ³echar una firma² aprovechaba para admirar las
gordas pantorrillas de las visita femeninas de turno
Ahora , al desgranar el sueño, al recordar vivencias de hace más de
setenta años, intento comparar el Martos de ayer con el Martos de
hoy y no puedo. Quedan atrás muchas vivencias difusas calles,
plazuelas y casas, Basterrechea como referente cercano a la Plaza
Nueva, el cine ya citado de ³trepaltares² con los rugidos
sobrecogedores de un león en la selva luchando con Tarzán; los peces
de colores de la fuentetaza, el Casino donde una tarde el ordenanza
preguntó solícito a quien no se había lavado la boca ni limpiado el
bigote después de comer: ³¿ don Antonio, ha comío usted sandía?².
Hoy me dicen que Martos, afortunadamente ya no es lo que soñé
anoche, con el parque, las piscinas y la plaza de toros, el campo de
fútbol que se veían los partidos cuando entonces desde el Calvario,
hasta el ensanche por la campiña y la ruta turística que aprovecha el
antiguo trazado de un ferrocarril que tardaba más de una hora hasta
Jaén o Alcaudete, según que dirección. Yo prometo, quitadas las
legañas y abierto el seso, volver a Martos en cuantito llegue a Jaén
Y incluso intentaré subir andando, de una tirada, no por la calle
Real y el Llanete, sino por la calle Arbollón a ver si aguanto la
cuesta o es que está magnificada en mi memoria.
Manuel Molina
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Soñando a Martos
Volviste a Martos, en sueños,
Eras un chico pequeño
Y era el coche el del Ureña:
Jaén, Torredonjimeno,
La Plaza Nueva marteña.
Y habiendo llegado, al fin,
El olor del alpechín
Del arroyo de la Peña.
Tras subir el Arbollón,
Como llevado en un vuelo
Por la mano del abuelo,
El niño del mandilón
Llega a la calle Almedina.
Y, en la casa familiar,
Quizá alguna regañina
Por derramar la merienda,
O por querer deambular
Sólo por calles y esquinas
De anhelados avatares.
Los balcones a la plaza,
El pozo, la fuentetaza,
El cine de Trepaltares...
Y mil y una estampas, tantas
Que nos canta tu memoria
Regalándonos la historia
Entre coplas y tarantas.
Blanca Barojiana
jueves, 15 de noviembre de 2007
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